
Género: Drama. Re-estrenada en el 21 de Septiembre del 2003 en España y el 3 de Noviembre de 1953 en Japón.
Como si de un artesano se tratase, Yasujiro Ozu nos presenta esta delicada cinta sobre las relaciones familiares con la misma minuciosidad, silencio, y paciencia con la que se hace un cesto de mimbre o se hila un jersey de lana.
La historia nos introduce en la vida de dos ancianos campesinos que emprenden un viaje a la gran ciudad para ver a sus hijos. Una vez allí los hijos encuentran complicado el poder atenderles por lo que deciden dejarles en un balneario mientras su estancia. Consternidos por los cambios que ven en sus infantes, regresan con resignación de Tokio donde pasan unos días en casa de Noriko, esposa de uno de su hijos ya fallecidos. En ella encuentran apoyo y comprensión. Sin embargo, la situación se complica cuando a su regreso a casa, la anciana enferma y su marido decide llevarla a casa de su hijo menor.
Lejos de cualquier artificio y fiel a su estilo cuidadoso y detallista, Ozu cuenta una historia en torno al ambiente hogareño. En ella sus personajes comparten situaciones cotidianas, mostrando las dos caras de una misma moneda: la vejez de los padres y su relación con los hijos.
La película contiene numerosos matices culturales, tanto en su contenido como en su ejecución, propios de la cultura oriental y que pueden resultar difícimente entendibles por el espectador de occidente, como pueda ser la falta de exteriorización de los sentimientos por medios tales como los besos o abrazos. Entre los elementos del budismo Zen que uno puede observar en el cine Ozu, podemos destacar dos: la inmutabilidad de las cosas y el mundo considerado como entidad global. Sin embargo; no pierde su universalidad y no nos queda mas remedio que agachar la cabeza de vergüenza al ver en la pantalla cosas que nos pasan a nosotros mismos, teniendo que reconocer que son consustanciales al ser humano.
Con un predominio del plano fijo, salvo en dos ocasiones que comentaré más adelante, y un uso de encuadres medios y generales con sentido pintoresco, el director crea una obra personal e inovadora. De esta manera, Cuentos de Tokio establece una estética revolucionaria al posicionar baja de la cámara, hacer tomas sin gente o tomas transicionales múltiples.
Una de las secuencias con mayor trascendencia, muestra el contraste generacional de abuelos, hijos y nietos. Unos ya con el tiempo vencido, otros con el instante ocupado en su proyecto familiar, mientras que los mas pequeños no se han enfrentado aún a la realidad de la vida. Es precisamente en esa relación de ancianos - niños cuando se produce el que considero el momento más memorable del film. Me refiero al paseo de la abuela con su nieto pequeño, al que pregunta si cuando sea mayor va a ser médico como su padre. Mientras ella le dice que no podrá comprobarlo -un presagio de su muerte-, el pequeño recoge hierba sin atender la confesión de la anciana -la incomunicación-. Al mismo tiempo, es lógico destacar -como quiso el propio Ozu, esos dos leves travellings laterales -unicos movimientos de cámara del film-, cuando los ancianos salen a la calle y se ven obligados a separarse por una noche, un anticipo de su separacion final.
Todos estos elementos constituyen esta obra de arte que fuera de cualquier tipo de presunción, permanece como una de las maravillas del septimo arte. Una obra cumbre de un realizador prodigio.
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